En el segundo número de la Revista Principios, considerando la masiva y positiva respuesta de militantes y dirigentes del Partido, el Taller de Análisis Militar «Oscar Riquelme» (Viejo Pablo) ha querido, desde este espacio, hacer un aporte a la discusión de nuestro XXIII Congreso entregando algunas consideraciones sobre los cuadros militares del Partido y la necesidad de su plena incorporación a las tareas de hoy.
La definición de nuestro partido como un partido de nuevo tipo, un partido leninista, formulada a poco tiempo del congreso del 1 y 2 de enero de 1922, implicaba una profunda y completa definición del carácter de nuestra organización.
Se decía por nuestros organismos dirigentes, y fue parte de la riqueza teórica del partido, que el ser un partido de nuevo tipo significaba, entre sus características principales, el que era una organización de clase, el partido de la clase obrera.
Esto no fue una definición antojadiza. La clase obrera, de acuerdo a nuestra concepción marxista, era portadora –decimos era porque al parecer para los nuevos ideólogos y dirigentes del partido, ya no lo es- de contenidos sociales y económicos, que la hacían una fuerza motora de la transformación de la sociedad, por ser fundamental en el proceso productivo capitalista, ya que sin ella resulta imposible la producción de bienes y servicios, y en definitiva de riqueza, por ser el trabajo humano la fuente de toda riqueza; por participar masivamente en los procesos productivos. Es decir en grandes industrias y a escala de toda la sociedad, pues como grupo humano era el principal soporte de la economía.
Es decir, participaba socialmente en la producción de riqueza. Esa actuación colectiva la convertía en portadora de una nueva forma de orden y organización social y económica: la colectiva.
Un segundo rasgo determinante del carácter de nuestro partido, era que se organizaba como partido de clase para luchar por la conquista del poder, justamente para esa clase a la que pertenecía e impulsar un proceso de transformaciones revolucionarias en el país, tocantes a la economía, la política y la sociedad toda. En definitiva, la construcción de una sociedad socialista en nuestra patria.
Otro aspecto propio del carácter del partido de nuevo tipo, era su forma de organización y la disciplina interna, basado en las normas leninistas de organización (Dirección Colectiva, Centralismo Democrático y Crítica y Autocrítica, detrás de las cuales se alinean la unidad de acción, la dirección única, el trabajo colectivo, la disciplina consciente y la estrecha
vinculación con las masas).
Un rasgo propio de una organización que se inspira en el marxismo leninismo es, entre otros, el dominio de todas las formas de lucha y la capacidad de pasar de unas a otras de acuerdo lo exijan las circunstancias. Así lo señala el propio Lenin en su trabajo “El Izquierdismo, Enfermedad Infantil del Comunismo”, no para hacer de sus contenidos un dogma, sino por el contrario, recoger toda la riqueza de lo que son las más variadas formas de lucha, su conocimiento y aplicación creativa de acuerdo a las leyes y regularidades propias del desarrollo de la lucha de clases.
De allí que la constatación del llamado vacío histórico en la línea de nuestro partido, luego de la derrota del gobierno de la Unidad Popular, no hizo más que poner en evidencia uno de los principales elementos de una crisis político-ideológica no resuelta. La constatación de que las clases dominantes no permitirán un cambio económico y social que las erradique del poder y control total de las riquezas de la nación y privilegios que ello conlleva, debió servir para efectuar una cabal corrección en la concepción y la línea de nuestra estrategia.
Por eso la importancia que reviste estar armados ideológicamente. Es lo que permite concebir una estrategia correcta, especialmente acorde con la teoría y práctica, nacional e internacional de la lucha de clases.
Por todo lo anterior, la cuestión militar, lo atingente a la fuerza, son elementos integrantes de toda estrategia política y especialmente de la revolucionaria. Sin embargo, la formación de oficiales y especialistas militares en nuestro partido, no surgió inspirada en una sólida definición estratégica. En primer lugar porque el impulso vino desde afuera. Es decir, no fue una ocurrencia o fruto de la elaboración teórica y estratégica de nuestra organización o alguno de sus órganos dirigentes. A pesar de que existía una gran sensibilidad e interés al interior del partido y juventud por esas materias. Por eso, cuando surgió la tarea de formar cuadros militares, encontró respuesta entre parte importante de la militancia.
Pero se vuelve a cometer otro pecado capital: no sensibilizar a todo el partido para este esfuerzo, no prepararlo ideológicamente, no capacitarlo militarmente. En resumen, no hacerlo actor pleno de la nueva etapa de la lucha. Se deja el quehacer en manos de los especialistas y el partido pasa a ser una fuerza de apoyo a las acciones combativas. Incluso las unidades de combate del partido representaron grupos aislados –no sólo por la compartimentación- sino que en su cometido.
Estuvo escasamente presente en la lucha contra la dictadura el concepto de masa armada, uno de los componentes esenciales de todo levantamiento popular, puesto que las rebeliones no son obras de pequeños grupos de especialistas. En tal sentido fueron omitidos de la práctica la construcción de un ejército político de la revolución antidictatorial y del correspondiente ejército revolucionario del pueblo, al que teóricamente debían converger las organizaciones que desarrollaban acciones combativas contra la dictadura, con todas sus fuerzas y medios, incluida la fuerza militar propia; los grupos y elementos que se desprendieran de las Fuerzas Armadas y finalmente al que se debía incorporar a la masa armada, es decir al bajo pueblo, a trabajadores, pobladores, estudiantes, campesinos, hombres y mujeres en armas. Cuestión que demanda un proceso de construcción y trabajo que no estuvo presente en los esfuerzos para derrocar a la tiranía.
La formación de oficiales y otros especialistas militares debió ser parte de una maduración estratégica superior, que apuntaba al derrocamiento del régimen dictatorial y la constitución de nuevas Fuerzas Armadas.
La experiencia adquirida por quienes recibieron formación militar profesional, convirtiéndose en oficiales, que además adquirieron experiencia combativa en guerras de verdad, chocó inevitablemente con la precariedad, no del conjunto del partido, sino especialmente con la disposición de los órganos de dirección de éste y sus integrantes. Luego no es culpa de la militancia, exclusivamente, no estar preparada para asimilar todos los contenidos de una política militar revolucionaria.
Un reflejo de lo dicho, fueron las declaraciones del compañero Guillermo Teillier, presidente de nuestro partido, en cuanto que la formación de militares profesionales por nuestra parte, obedecía al “propósito de ayudar a la reestructuración y llenar un vacío que se produciría en las FF.AA. frente a una salida democrática en el país”.
Los oficiales profesionales capacitados por las escuelas matrices de varios países socialistas, trabajaron en unidades militares de aquellos, fueron profesores en escuelas de cadetes y adquirieron experiencia combativa en países como Nicaragua, Angola, El Salvador y Colombia.
Algunos de los cuales recibieron preparación en academias superiores retornaron al país para integrarse al FPMR, ocupando las más altas responsabilidades, o asumiendo responsabilidades en el TMM del partido u otras instancias partidarias, en un esfuerzo por permear al partido ante los enormes desafíos de la gran tarea de derrocar a la dictadura.
El paso del tiempo, las experiencias vividas en el país, mostraron que la actividad militar estuvo orientada esencialmente desde un punto de vista táctico, carente de visión estratégica.
Gran parte de nuestro accionar tuvo como objetivo generar hechos políticos relativos a la contingencia, sin que se cimentara la construcción de una fuerza con proyección estratégica, que se consolidara en el tiempo en el proceso de acumulación de fuerzas para definir, cuando surgieran las condiciones objetivas, el problema del poder.
Tales condiciones quedaron en evidencia cuando triunfó la opción NO, en el plebiscito de 1988, y ese éxito se ratifica más tarde en el triunfo de las elecciones presidenciales de 1989, en que ganó Patricio Aylwin, con la participación electoral de cientos de miles de personas contrarias a la dictadura. El análisis del partido daba cuenta de la intervención norteamericana en la configuración del nuevo escenario, del papel jugado por la DC y el acomodo del PS, lo que nos dejaba al borde del aislamiento. Pero el aislamiento del partido ya estaba definido. Era una imposición norteamericana a la que accedieron incluso antiguos aliados.
Sin embargo, la pregunta sobre un eventual aislamiento del partido si emprendía una lucha frontal contra la dictadura, que incorporara el elemento militar en la perspectiva de un levantamiento popular que arrojara al tirano, estaba en el tapete desde antes que se anunciara la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM) y, cuando se optó por iniciar ese camino, representaba un desafío, un elemento más del escenario, pero no una amenaza que aconsejaba abandonar la idea. Por lo tanto, el tema de fondo no era quedarnos solos o no. Más aún, si consideramos la actuación en la lucha contra la dictadura de diversas organizaciones, el aporte del partido y el despliegue del accionar combativo, fuera éste del FPMR o de estructuras partidarias propiamente, jugó un papel determinante. Fue esto y no otra cosa, lo que llevó a la mesa de negociaciones a la Concertación, al militarismo y a los EE.UU., que los reunió a todos.
La forma en que se enfrenta este escenario, vuelve a demostrar que la intención de constituir una fuerza militar no perseguía fines estratégicos o al menos estos no existían.
Otra muestra de ello fue el acelerado proceso de desarme y desmantelamiento de las estructuras militares emprendido por la dirección del partido, que no correspondía a un repliegue táctico, como se intentó presentar dicho esfuerzo.
Por todo lo anterior resulta especialmente molesto, aunque muy ilustrativo, lo dicho por el compañero Teillier a Diario Siete (semanas antes de que lo cerraran), en cuanto a que nuestros oficiales podrían perfectamente incorporarse a las FF.AA. La opinión formulada con bastante liviandad al parecer, no contempla el carácter de clase de los institutos armados del país, las que preservan sus roles fundamentales de guardianes del orden imperante que asegura lo más ancho del embudo para los dueños del país y los más angosto para el resto, el que deben garantizar con las armas.
El destino de los cuadros militares y especialmente de los oficiales no debiera estar precisamente en las actuales FF.AA., pues su formación no fue concebida para acomodarlos en la institucionalidad impuesta a sangre y fuego por la dictadura y preservada por los gobiernos de la Concertación.
El papel de quienes fueron formados como militares profesionales y quienes recibieron otros niveles de formación militar, debiera estar orientado a la actualización de sus conocimientos, al estudio e investigación de los asuntos relativos a la defensa nacional y de la fuerza pública, así como a la elaboración de propuestas sobre cada una de estas materias. Pero por sobre todo, sus capacidades debieran contribuir al desarrollo del conocimiento y dominio de las materias militares por el conjunto del partido, de modo que se potencie la elaboración colectiva partidaria de los asuntos relativos al papel de la fuerza en los procesos sociales, sus características, vías y formas de implementación.
El rol y ubicación de quienes tuvimos el alto honor de asumir una función militar en la lucha de nuestro pueblo contra la dictadura, es algo que no merece ser tratado con la liviandad que hasta ahora ha sido característica por parte de la dirección de nuestro partido. El trato recibido a lo largo de años ha generado, en muchos de nosotros, grados crecientes de desconfianza sobre los máximos órganos de dirección.
En resumen, consideramos indispensable el rearme de la conciencia del partido, no para la vulgarización del quehacer y el hacer militar en la lucha social, sino por el enriquecimiento en la elaboración colectiva de toda clase de iniciativas organizativas, como de lucha, en la elaboración de doctrina y en la incorporación y despliegue de la metodología militar revolucionaria en la planificación y conducción de las más variadas iniciativas. No se trata de una militarización del partido, sino de potenciar todas las capacidades existentes de un modo totalizador, es decir, aplicando una visión leninista de la totalidad del trabajo y desarrollo partidario. Se trata de la interrelación dialéctica de todos los componentes de una auténtica política revolucionaria, en el entendido de que las condiciones objetivas no se decretan y es respecto de ellas que adquieren mayor importancia unas u otras formas de lucha.
Pero lo definitivo es que el partido revolucionario debe dominarlas y estar capacitado para pasar de unas a otras según lo requieran las condiciones de lucha.
Cuando no se cumple con estas condiciones, la organización se distancia de las cuestiones militares y, cuando surge la necesidad de aplicarlas, están fuera de alcance y aparecen por tanto como un elemento ajeno a nuestra política y de tan ajeno, pasan a ser una amenaza a nuestra política, pues no las conocemos y sólo sabemos que implican demasiados riesgos, debido a que siempre se teme mucho más a aquello que no se conoce. Más aún, en la política revolucionaria en general la improvisación no suele ser un aporte consistente y, cuando se trata del componente militar, la improvisación es sencillamente suicida.
En esta dirección el partido debiera realizar esfuerzos que posibilitaran el correcto aprovechamiento de estos militantes. Todos debieran militar en células y constituir un aporte para cada órgano de dirección del partido, sean comunales o regionales, además de una coordinación centralizada que asegure el mejor rendimiento de este potencial.
La aplicación de medidas para incorporar este significativo grupo de militantes y los cuadros que levantaron y aplicaron la PRPM, permitiría sumar un conjunto de capacidades hoy dispersas y una importante recuperación de cuadros, que recibirían y enviarían a la vez, una importante señal respecto al asentamiento de una apolítica coherente y revolucionaria.
Adelante con el XXIII Congreso,
por un Partido para la Revolución.
Con Luis Emilio Recabarren,
Víctor Díaz López, Gladys Marín
y todos nuestros héroes en el corazón
¡mil veces venceremos!
Comité Editorial
Revista Principios
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