miércoles, 7 de mayo de 2008

Un aporte de Don Luis Corvalán

Por la importancia que tiene su palabra, especialmente en estos días decisivos del Congreso Nacional de los comunistas, el Comité Editorial de la Revista Principios entrega párrafos marcados del libro Santiago-Moscú-Santiago de Don Luis Corvalán.

(…) Los comunistas tenemos dos familias, la pequeña, la del hogar, y la grande, la del Partido. Las dos son partes entrañables de nuestras vidas. El Partido nos da la dimensión que va más allá de nosotros mismos. Ella se refleja en nuestros hogares, donde los valores no son sólo los que surgen de la convivencia y de la consanguinidad, sino también del ideal común. Un comunista se hace amigo de otro comunista apenas lo conoce. Habla con él con absoluta confianza, desde el primer instante. Y en Chile (seguramente en otros países la situación es similar) nuestros hijos se dirigen al militante del Partido como a un familiar. Para ellos todos los compañeros son tíos y tías. Los nombran como tales, con tanta naturalidad que pareciera que fuesen parientes de verdad.

Los trabajadores y los pueblos conocen y aprecian a los partidos comunistas por lo que hacen, por su lucha abnegada, por su entrega desinteresada a la causa de la emancipación, por su disciplina, por su honestidad. Pero nuestros partidos no son conocidos por dentro. Ello se debe, en gran parte, a nuestra propia manera de ser. No hablamos de nosotros mismos. Esto tiene sus méritos, pero también sus inconvenientes. Nuestro inolvidable Elías Lafertte solía decir en los plenos y congresos del Partido: “Me gustaría que las murallas de esta sala fueran de vidrio, para que todos pudiesen ver cómo discutimos, cómo nos preocupamos de los problemas de la gente y cuán unidos y fraternales somos”.

(…) Desde los tiempos de Recabarren nuestro Partido ha sido la fuerza más influyente en el movimiento obrero organizado. No es un partido obrerista. Pero siempre ha tenido presente que la defensa de los intereses y derechos de los trabajadores es su tarea primordial y que la lucha por el socialismo y el comunismo es ante todo misión del proletariado. Por eso afinca su organización en primer término en las empresas donde se concentra el mayor número de obreros. La clase obrera sólo tiene que perder sus cadenas bajo el capitalismo y tiene una firmeza y disposición combativa que ninguna otra clase social posee en forma tan clara y consecuente.

(…) De lo que se trata siempre que hay que abordar una gran tarea, es que todo el Partido se meta en ella y que su trabajo se realice en el seno mismo de las masas. La labor que se despliega por parte de los compañeros y compañeras en los frentes específicos de la actividad del Partido constituye un aporte indispensable al trabajo de dirección de todos los niveles. Sin embargo, la cosecha es abundante sólo cuando los conocimientos adquiridos por los especialistas los asimila todo el Partido y éste hace suyas las tareas que hasta un determinado momento han estado en manos de unos pocos. (…) Cierta vez, en Montevideo, en una reunión del Activo Nacional del Partido Comunista de Uruguay, un compañero me preguntó cómo nosotros habíamos logrado éxitos en el campo. Le dije: ‘Le voy a responder con tres palabras’. Cuando pronuncié esta frase pensé que podía aparecer pedante. Pero no tuve más que continuar y añadí entonces: ‘Yendo al campo’.
Así pues, el secreto de todos los éxitos está en acometer las tareas y no quedarse en palabras.

(…) Lo principal en los años 60 fue, en último término, el rumbo hacia el poder que emprendió el movimiento popular. La línea del Partido desbrozó el camino hacia ese fundamental objetivo. El Informe al XII Congreso, celebrado en marzo de 1962, tiene como título “Hacia la conquista de un Gobierno Popular”, en tanto que en 1965 se realizó el Congreso número XIII bajo el lema “La clase obrera, centro de la unidad y motor de los cambios revolucionarios” y, en noviembre de 1969 el XIV Congreso levantó con toda fuerza la consigna “Unidad Popular para conquistar el poder”. (…) La lucha no fue fácil ni del todo pacífica. Se desarrolló con una participación activa de masas, a través de huelgas, tomas de terreno, enfrentamientos callejeros, marchas de protesta y otras múltiples formas.
(…) (El Golpe) El lunes 10 en la mañana, el día entes del golpe, se reunió la Comisión Política en Teatinos 416, sede del Comité Central del Partido. Había que evaluar la grave situación creada, tomar decisiones y asumir las responsabilidades consiguientes. (…) Era preciso tirar todas las cartas sobre la mesa en la reunión de la Comisión Política. ¿Qué sucedía con nuestra fuerza propia, con los efectivos paramilitares que habíamos logrado formar para defender en un momento determinado las conquistas del pueblo? ¿Con qué recursos y posibilidades reales contaban estos efectivos?

Nosotros creamos las Comisiones de Vigilancia del Partido, cada una de ellas compuesta por 10 hombres. Observaban una disciplina semimilitar y actuaban de acuerdo a las instrucciones emanadas de los Comités Regionales a través de su propio organismo asesor.

Dichas comisiones llegaron a contar con cerca de tres mil miembros en todo el país, la mitad de los cuales actuaba en la Provincia de Santiago. Desempeñaron importantes tareas de vigilancia en los actos de masas, en los locales del Partido y en las casas y trayectos de sus dirigentes. Sus integrantes aprendieron, cual más cual menos, las técnicas de la defensa personal y el manejo de armas cortas.
Una prueba de la eficiencia que lograron adquirir la dieron durante la celebración de los 50 años del Partido en enero de 1972. Cubrieron en excelente forma los actos de masas realizados en esa ocasión en todas las provincias, comprendiendo el gran mitín de Santiago, efectuado en el Estadio Nacional.

(…) Además de las Comisiones de Vigilancia disponíamos de lo que llamábamos los Grupos Chicos, constituidos por cinco personas cada uno. Sus integrantes debían tener por lo menos 5 años de militancia, no haber sido objeto de sanciones disciplinarias, haber hecho el servicio militar, salvo contadas excepciones, y distinguirse por la claridad y firmeza sobre la política del Partido y un decidido espíritu de sacrificio. Debían tener también una edad que les permitiera empuñar las armas y desempeñarse como buenos combatientes en un caso dado.
Nuestro parque de “herramientas” estaba formado por un número indeterminado de armas cortas que poseían las Comisiones de Vigilancia. Para defender las conquistas del pueblo y el Gobierno constitucional del Presidente Allende, nos pertrechamos de 400 fusiles automáticos y de 6 lanzagranadas con 3 proyectiles cada uno. Estas armas estaban a disposición de los Grupos Chicos, cuyos miembros, más o menos entrenados en su manejo, no alcanzaron a pasar de 200 a través de todo el país.

La fuerza paramilitar de que disponía nuestro Partido y, en términos más amplios, el movimiento popular, era suficiente o más que suficiente para iniciar una guerra de guerrillas en condiciones determinadas. Pero era marcadamente pobre e incapaz de enfrentar, en una batalla que debía resolverse en un par de días, a las Fuerzas Armadas del país que se habían alzado contra el Gobierno constitucional. Además, no habían adquirido el indispensable espíritu de cuerpo, se hallaban muy desperdigadas y no tenían en sus manos las armas automáticas que se había logrado acumular.

(…) El derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular sólo pudo ser logrado mediante las armas, por la traición de un grupo de generales y almirantes facciosos. No obstante, la caída del Gobierno de Allende fue, ante todo, una derrota política.

Como señaló nuestro Partido en el Pleno de Agosto de 1977, “se puede concluir que las cosas marcharon de modo que el desarrollo de la correlación de fuerzas se dio en favor de la Revolución cuando hubo unidad de criterios al interior de la Unidad Popular, se actuó con fidelidad al Programa, se abrió paso a la movilización popular, y el gobierno se apoyó en ella, se dirigieron los fuegos contra los enemigos principales y se tuvo en cuenta por tanto las diferencias que había en la oposición.

Al revés, cuando las condiciones mencionadas no se reunieron, cuando primaron las diferencias en el seno de la coalición, cuando se pretendió pasar por encime del programa, cuando se quiso contraponer al Gobierno Popular a sectores –aunque fuesen minoritarios- del pueblo, cuando los sectores medios fueron convertidos en el enemigo principal, el Gobierno Popular sufrió derrotas, el enemigo aprovechó nuestros errores y desmejoró la correlación de fuerzas”.
(…) No es el propósito de estas páginas referirnos a ellos (errores y aciertos) en forma pormenorizada, sino apenas mencionar las cosas gruesas, entre las cuales está nuestra incapacidad de defender el Gobierno y las conquistas revolucionarias en todos los terrenos.

Repetimos, los combatientes más o menos preparados y las armas a su disposición no era poco para iniciar una lucha armada de largo aliento, pero era más que insuficiente para enfrentar, de un día para otro, una operación bélica combinada de las tres ramas de las Fuerzas Armadas y Carabineros, que sumaban más de cien mil hombres con alto poder de fuego.

Aquí también estaban de por medio los errores de concepción política. En 1963, es decir, siete años antes de la victoria del 4 de septiembre, habíamos empezado la preparación militar de algunos cuadros del Partido. Si no habíamos avanzado en la medida necesaria, no se debía sólo ni tanto a las dificultades materiales de un destacamento revolucionario que opera en las condiciones de un gobierno democrático-burgués, como a las limitaciones derivadas del peso que, después de todo, ejercía sobre nosotros la ideología burguesa, entre otras, la creencia de que en el Ejército de Chile prevalecería para siempre el constitucionalismo y el profesionalismo, y de que por esto se subordinaría al poder civil y a la voluntad del pueblo cualquiera fuera el gobierno en ejercicio.

(…) El encargado militar del Partido en aquel tiempo, elaboró en 1977 un informe de 33 páginas sobre lo que se hizo y no se hizo en esta materia, y da en este documento algunas opiniones muy valiosas. Dicho informe lo redactó a mi requerimiento. En él sostiene que el Partido, como organización de vanguardia, debe contar con buenos cuadros militares revolucionarios, a propósito de lo cual recuerda que a fines de 1963 o comienzos de 1964 propuso que, al menos, una parte del Comité Central, incluidos miembros de la Comisión Política, pasaran por cursos que les permitieran conocer los principios básicos de la lucha armada. Esta proposición, agrega, fue aprobada, pero no se llevó a la práctica, ya que sólo dos miembros del Comité Central participaron en este tipo de cursos. “El problema de fondo –dice- es que a nivel de Comité Central no fuimos capaces de asimilar todas las formas de lucha”. De aquí partía la incomprensión que se encontraba en los Comités Regionales y Locales para encarar concretamente la tarea de incorporar más gente a los Grupos Chicos y a las Comisiones de Vigilancia.

La conformación de la fuerza propia no puede surgir anárquica ni espontáneamente. Debe ser fruto de la línea política y de las decisiones y medidas prácticas que adopte la o las organizaciones políticas de vanguardia. El desarrollo y la capacidad combativa de la fuerza propia se adquieren en mayor grado cuando se tiene que vivir en las trincheras y atravesar las llamas de la lucha. Pero se pueden y deben adquirir también, aunque en menor medida, en las situaciones en que no corresponde enfrentar con las armas al enemigo de clase. Sostener sólo lo primero y no ver este segundo caso, conduce a justificar la falta de preparación en el dominio de todas las formas de lucha de aquellos destacamentos revolucionarios que operan en condiciones de legalidad burguesa.

(…) En conclusión, pensamos que, tras la caída de la dictadura, debemos luchar para que el país se dé otras Fuerzas Armadas, reestructurando profundamente las instituciones militares, en cuyo seno las ideas democráticas deben arraigarse en forma de constituir uno de los cimientos esenciales de su unidad y de su espíritu combativo al servicio del pueblo y de la Patria.

Las viejas ideas e instituciones tratarán de aferrarse al pasado. Pero, en último término, después del golpe del 11 d septiembre y del período de opresión fascista, nadie podrá pensar ni ser igual que antes.

(…) Si, al surgir una desinteligencia o planteamiento erróneo, se entra por el camino de la adjetivación y, sobre todo, de la calificación de intenciones, el problema se agrava y el acuerdo se hace más difícil. Por el contrario, si se aborda la cuestión de manera serena, objetiva y fraternal, si se actúa con paciencia y no se toman las cosas en lo personal, el común entendimiento es relativamente fácil.
A veces, a uno puede molestarle una opinión o alguna actitud; pero si uno se molesta, ha de ser por la opinión y no por la persona. Como decía un poeta húngaro: “no me enfado contigo, me enfado por ti”.

(…) El Partido aparecía invencible y su línea impecable a los ojos de sus afiliados. La caída del Gobierno Popular demostró que ello no era así, que el Partido no era aún suficientemente fuerte, que habíamos cometido errores y que en nuestra línea política había algunas insuficiencias. En lo sucesivo, nuestros militantes sentirían el deber de desarrollar su espíritu crítico, de reflexionar más, de pasar cada cosa por su propio tamiz.

Tal actitud es el punto de partida de una mayor conciencia revolucionaria y de un más alto grado de responsabilidad individual y colectiva.

Todos nosotros, cual más, cual menos, sin excepción alguna, fuimos prisioneros del ambiente que nos rodeaba, de las concepciones democrático-burguesas que dominaban en la vida política y cultural del país. Esta ha sido, ante todo, una debilidad ideológica. Su reconocimiento abierto es más que necesario, indispensable, para que todo el Partido le preste atención al estudio, le dé más importancia a la teoría y tome clara y firme conciencia del deber de prepararse y de estar preparados para las más diversas contingencias, esto es, de dominar las más variadas formas de lucha, comprendidas las que exijan el empleo de la violencia aguda.

Las lecciones de la vida se aprenden con mayor rapidez que las enseñanzas de los libros, o dicho de mejor forma, éstas últimas se asimilan más cuando calzan con la experiencia propia. Esto dignifica, al fin de cuentas, que nuestro pueblo –y ciertamente nuestro Partido- y otros partidos populares- no pasarán en vano por los años de la tiranía fascista. Una nueva mentalidad, una mentalidad revolucionaria más abierta, más amplia, más completa, más clara, se viene incubando en las masas.

Los avances y desarrollos de la línea del Partido, las complementaciones teóricas y prácticas que han venido produciéndose, han encontrado una acogida favorable. Nuestros militantes recibieron con alegría las orientaciones y exigencias combativas contenidas en el discurso del 3 de septiembre de 1980 y en intervenciones y declaraciones posteriores.

(…) En la lucha por la conciencia del hombre consideramos que cada pérdida de militantes, sea por la vía de la expulsión o del alejamiento personal, es objetivamente una derrota del Partido. Por eso, nos armamos de paciencia para discutir con aquellos compañeros que muestran alguna duda o sostienen posiciones divergentes. En casos muy contados no se ha tenido éxito. Pero el resultado general de la aplicación del método ha sido positivo. Además, demuestra que el Partido no empuja a nadie fuera de sus filas. El que se va lo hace por su propia decisión, hasta donde esta decisión opera libremente y no es el resultado conciente o inconciente del poder deformador o corruptor de la burguesía.
(…) Nuestro Partido ha sido capaz de mantener una real cohesión orgánica, ideológica y política a lo largo de todo el período fascista, y no porque esté inmunizado contra todo mal, pues ningún partido lo está. Si ha resuelto positivamente los problemas de funcionamiento planteados por la clandestinidad y por el ostracismo de miles de sus mejores cuadros, se debe a varios factores concluyentes. Uno de ellos ha sido la correcta manera de abordar el problema de la relación interior-exterior y el desempeño de una Dirección Unica. Otro tiene que ver con la forma práctica de guiarse por el centralismo democrático en las difíciles condiciones en que le ha correspondido actuar. Naturalmente, en estas circunstancias, la aplicación de ese principio no puede hacerse siempre de acuerdo a la letra de los Estatutos. Por ejemplo, sólo las direcciones de las células han podido ser generadas en este tiempo por la vía de elecciones. Los Comités Locales y Regionales, en cambio, han debido ser designados desde arriba. Pero al ser designados, se han tenido en cuenta no sólo la capacidad de los cuadros, sino también la autoridad y el prestigio que han conquistado, es decir, de algún modo, la opinión que lo militantes tienen sobre ellos.

(…) Entre muchos otros factores que determinan la cohesión del Partido –y uno de los más decisivos está también el hecho de que él es, ante todo, un Partido de acción. La acción une y permite darle un sentido creador a la vida del militante, le hace ver objetivamente no sólo las dificultades, sino también las perspectivas, sentir el latido del corazón de las masas y recibir de ellas su potencialidad revolucionaria, tanto cuando ésta es declarada como cuando todavía permanece latente.
(…) También hemos conocido casos de compañeros a quienes se les ha ido el humo a la cabeza y han perdido la modestia comunista, manteniendo actitudes despectivas hacia los que no han tenido la oportunidad de estudiar tanto como ellos, y, en fin, tampoco hemos carecido de uno que otro asomo de menosprecio por el pasado heroico del Partido y el papel de los viejos dirigentes. A unos y otros respondió Julieta Campusano en la última reunión del Comité Central del Partido al decir que éste es fuerte y grande porque ha sabido reunir, en un solo todo, la inteligencia y conocimiento de los letrados con la sabiduría y la abnegación de los ignorantes, así como el ímpetu de los jóvenes con la experiencia de los viejos.
(…) Tal vez sea bueno subrayar la importancia de escuchar y considerar las opiniones de todo el Partido, desde las que tienen los militantes más modestos hasta las que sustentan los miembros del Comité Central. Y ellos porque la línea del Partido, que emana de la realidad concreta analizada a la luz de la teoría marxista-leninista es, en último término, la sistematización del conocimiento y la experiencia de todos sus militantes. No es producto que se elabore en ningún gabinete o invente el cerebro de algún dirigente. Por supuesto, los dirigentes juegan un papel esencial en la elaboración de la política del Partido. Pero ella está sometida cada día a la prueba de la práctica. Teoría y práctica constituyen un todo inescindible cuyo valor y fuerza se expresan en la política del Partido en relación directa con la profundidad del conocimiento y la envergadura de la acción por parte de miles y miles de comunistas.

En el Partido no caben dos tipos de comunistas, unos teóricos y otros prácticos. Se puede reunir ambos elementos en diferentes grados pero no prescindir de uno o del otro. En cambio, debemos esforzarnos por saber cada vez más y, al mismo tiempo, por traducir lo que se aprende a la práctica cotidiana.

Carlos Marx señaló que lo más importante es transformar el mundo y no sólo interpretarlo, como lo habían hecho hasta entonces los filósofos. Por eso, la doctrina que él creara –y que desarrollara y enriqueciera Lenin- hace al Partido Comunista una organización activa que exige de cada afiliado un alto nivel de entrega a la causa y una disciplina de hierro. Las opiniones individuales de sus militantes son bienvenidas y respetables, pero, en definitiva, cada uno y todos nos regimos y debemos regirnos por la opinión y las decisiones del Partido. Sólo así constituimos un verdadero Partido Comunista.

(…) En la lucha se va forjando la unidad de los trabajadores y de las fuerzas democráticas. Se abre paso el convencimiento de que sólo peleando se puede lograr la victoria.

La iniciativa ha pasado a manos del pueblo. Este dirá la última palabra.

Julio de 1983

A los Comunistas de Chile

El Comité Editorial de la Revista Principios entrega a continuación un breve resumen de lo que se ha vivido en el transcurso del Congreso Nacional y de lo que pensamos debe ser el centro de la discusión y resoluciones del XXIII Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile.

El XXIII Congreso Nacional del Partido Comunista de Chile llega a su fin. Dentro de pocos días se realizará el debate central en que participarán poco más de 400 delegados, según la información oficial entregada por la Comisión Política.
Culmina una jornada llena de empeño y creatividad desarrollada por el conjunto del partido. Muchos participaron en los debates buscando corregir una suma incalculable de errores, malas prácticas, vicios metodológicos, en busca de reorientar al partido de los trabajadores manuales e intelectuales, pero por sobre todo, de la clase obrera, hacia los cauces del pensamiento marxista leninista aplicados a la sociedad chilena en estos albores del siglo XXI.
Termina un proceso de meses, en que los abnegados militantes llegaron a sus congresos de célula, llenos de esperanzas, a entregar sus visiones, sus sueños y proyectos, para construir una política más certera y un partido capaz de aplicarla, para transformar el país, superar el neoliberalismo, derrotar definitivamente la herencia de la dictadura y abrir paso a un proyecto democrático real, para que alguna vez la justicia social reine en nuestra tierra y honrar así a quienes cayeron luchando por un país mejor, un Chile fraterno para todos sus hijos.
El sabor final de este torneo dejará un gusto amargo y dulce. Amargo especialmente si los delegados al Congreso Nacional no avanzan profundamente en la concreción de definiciones trascendentales para las batallas políticas y sociales que vienen. Tanto en aspectos estratégicos y tácticos, como en las características orgánicas, teóricas y prácticas del partido necesario para organizar al pueblo, a los disconformes, a los desencantados, a los marginados, a los súper explotados e impulsarlos a la lucha social y política por sus derechos y los de todos.
El sabor amargo y la disconformidad ya son una realidad en numerosos Comités Comunales y Comités Regionales del país, porque el aparataje que denunciáramos en el primer número de nuestro boletín en esta nueva época, desplegó sus máximos esfuerzos para que las resoluciones de cada congreso atenuaran sus críticas a la dirección central, especialmente a la Comisión Política. Intentaron por todos los medios manipular las resoluciones del mayor número posible de congresos comunales y regionales, para que no se expresaran claramente las críticas de cómo se enfrentó el tema de la segunda vuelta electoral. Las críticas fueron desde la decisión de apoyar a Michelle Bachelet en la segunda vuelta electoral a la incapacidad de las direcciones, a todo nivel, de discutir con el conjunto del partido la decisión y la implementación de esta.

No se planteo al Partido cuales eran los objetivos que se perseguía el partido a corto, mediano y largo plazo con esta decisión. Esta decisión no fue acompañada de medidas orgánicas que la aseguraran.

En muchos lugares se arribó a una redacción que valoró la decisión de apoyar a Bachelet, pero presentando “observaciones” al método utilizado, sin consultar al Partido.
La incapacidad política de la dirección regional y la dirección central nos llevo a no convencer y resolver administrativamente, por ejemplo interviniendo el comité comunal Melipilla luego de la segunda vuelta, pues en su mayoría los militantes rechazaron el apoyo a Bachelet y el desahucio del Juntos Podemos asumido en primera instancia por la Comisión Política, algunos de cuyos miembros no han vacilado en manifestar su menosprecio por la alianza electoral construida desde antes de las exitosas elecciones municipales de 2004.

Pero la “limpieza” de las resoluciones no se quedó sólo en lo señalado. También se intentó blanquear casi todas las críticas a la convocatoria, que fueron muchas: desde la escasa autocrítica asumida por los máximos organismos del partido respecto al papel jugado por ellos en los últimos cuatro años, pasando por la inexistencia de reflexión sobre las razones por las que no se consumó el “viraje” planteado por el XXII congreso. Poco o nada han recogido las resoluciones acerca de las causas reales del estado orgánico actual del partido. En su mayoría sólo han sido constataciones de aspectos deficitarios en lo orgánico o en lo ideológico, pese a que las células mayoritariamente de acuerdo a nuestro registro, expresaron abundantes críticas y argumentos sobre las fallas, debilidades y las causas de estas, atribuyéndole a diversos organismos del partido y dirigentes, la responsabilidad correspondiente.

Otro tanto ocurrió con las denuncias políticas sobre actitudes corruptas de dirigentes sindicales, las que fueron sistemáticamente rechazadas por las delegaciones del comité central, que en conjunto con las direcciones alientes se jugaron por “limpiar” la redacción de las resoluciones para que no apareciera la palabra corrupción, hasta quedar en algunos casos reducido el planteamiento a declaraciones de buenas intenciones respecto a cuestiones conductuales generales.
En general todo indica que está concluyendo un congreso más, marcado por la formalidad, casi como el cumplimiento de un ritual que asegura cada cuatro años que la mayor cuota de poder interno del partido, permanezca en las mismas manos. Cuestión que se asegura con la “promoción” de dirigentes elegidos a dedo, cuya principal característica –mayoritariamente, salvo escasas excepciones- es estar dispuestos a subordinarse incondicionalmente a los designios de la Comisión Política y del secretariado, que mantienen de manera permanente el mismo núcleo, sin mayores renovaciones.

Sólo se realizan leves modificaciones para que mostrar que hay cambios, pero sólo se trata del traslado o trasvasije de algunos rostros. La “alta política” la seguirán decidiendo y realizando los mismos de siempre.

Pese a todo, se abre paso el dulzor de un aire nuevo y tonificante, porque a pesar de la resistencia organizada por el principal grupo de poder y quienes le son incondicionales, quedaron establecidas en algunos regionales resoluciones como: la necesidad de caracterizar mejor el tipo de democracia al que aspiramos; la iniciativa de pelear por la implementación de una Asamblea Constituyente que elabore una nueva Constitución. Resoluciones que de alguna manera son superiores a la sola modificación del sistema electoral binominal e incluso a los cuatro puntos levantados por el Parlamento Social y Político.

Las resoluciones de los congresos comunales y regionales no sólo enunciaron ni se quedaron en homenajes en lo relacionado al tema militar. Hablaron de política militar, desarrollaron sus componentes y plantearon tareas concretas. La mayoría del partido se opone seriamente a que reeditemos el llamado “Vació Histórico” y asume que el desarrollo de la política militar, es un tema que le concierne al conjunto del partido, que este no es un tema solo de especialistas y que esta política debe ser parte integrante de nuestra política revolucionaria.

Estando claro que el accionar militar de hoy debe ser muy distinto al que desarrollábamos en la época de la dictadura, la implementación de nuestra política militar y el desarrollo del trabajo militar es algo que no se puede dejar para mañana, es algo constante y permanente en la vida del Partido. También se instaló la determinación de impulsar la movilización social como único camino para alcanzar una democracia plena.

A pesar de los esfuerzos por “limpiar” las resoluciones sobre corrupción entre algunos dirigentes sindicales, el tema quedó planteado y todavía falta lo que digan y determinen los delegados al Congreso Nacional.

Es así como surgieron proposiciones para modificar los estatutos del partido, que dan cuenta de los asuntos que estuvieron en el centro del debate de células, comités comunales y regionales. Por ejemplo una propuesta que busca modificar el artículo 50 de los estatutos, para que el Congreso Nacional renueve el Comité Central en un 25 % y no en el 20 % que actualmente está vigente. Otro tanto ocurre con otra propuesta orientada a modificar el artículo 27, respecto a que la dirección “deberá organizar una consulta partidaria sobre cuestiones políticas trascendentes”, que actualmente dice “Podrá organizar también una consulta....”. Esta es una clara preocupación por lo ocurrido frente a la segunda vuelta electoral. Son materias que deberán resolver los delegados al Congreso Nacional.
Entre las reflexiones hechas por algunos de los compañeros que forman parte de la maquinaria que controlaba hasta ahora el partido, se reconoce que no lograron parar todas las cosas que se proponían en materia de resoluciones, pero que además reconocen que las propias elecciones producidas en diversos comunales y regionales los tomaron por sorpresa. Algo ha ocurrido que no lograron manejar resoluciones y elecciones como esperaban. Tanto es así, que algunos de esos compañeros han planteado que ha habido votaciones corporativas, con las que hay que tener cuidado. Algunos sostienen que se encuentra operando una “máquina” en la que estarían involucrados los ex presos políticos y los exonerados. Otros afirman que esta “máquina” no podrá operar en el Congreso Nacional, incluso creen ver una operación de la que participaría el MPMR. Otros agregan que las votaciones corporativas han generado que se vote de abajo hacia arriba, derrotando o debilitando la prelación propuesta por cada dirección saliente y arrojando como saldo, la elección de direcciones distintas a las que esperaban. Ninguno de estos analistas se pregunta sobre qué está diciendo el partido con esa forma de votar.

La preocupación por esta situación llegó a tal extremo, que en el pleno del Comité Central, realizado el sábado 18 de noviembre, no se entregó a cada integrante del Comité Central un ejemplar del informe para que lo conservase como un documento de trabajo propio, sino que se le proporcionó una copia numerada y debidamente registrada del documento, la que debieron devolver una vez concluida la reunión. El sistema propio del régimen de circulación de documentos bajo medidas de contra inteligencia, representa el desconcierto y la preocupación del grupo de poder que controlaba el partido hasta ahora. Decimos controlaba, porque el sólo hecho de que se vean obligados a imponer medidas de seguridad que amenazan la democracia interna y el propio espíritu de un congreso del partido, refleja un elevado grado de preocupación por el control real.

Por todo lo señalado queda una gran tarea para los delegados al Congreso Nacional. A ellos les corresponde dirimir si los comunistas chilenos tendremos más de lo mismo por otros cuatro años o si sacaremos al partido del estancamiento que enfrenta respecto a su trabajo de masas, a su papel en las luchas de los más amplios sectores de la sociedad, especialmente de los trabajadores, a su crecimiento electoral, al desarrollo y dominio de todas las formas de lucha que demanda la lucha de clases, su aplicación acorde a las características que adquieran las diversas etapas del proceso social, como de la resistencia ofrecida por los sectores dominantes. En definitiva su marcha irrenunciable hacia la conquista de una democracia avanzada, del socialismo y finalmente del comunismo.

Este Congreso Nacional –a diferencia de otros anteriores- tiene la oportunidad de producir un vuelco importante en la política y en la organización, inspirado en sus raíces y su proverbial compromiso de lucha y abnegación. Este congreso tiene la oportunidad de remover trabas y por qué no decirlo, nuestros propios enclaves de poder, para poner de pie al colosal intelectual colectivo que pueda ser visto sin reproches por su transparencia y compromiso de lucha.

Adelante con el XXIII Congreso...

Con Gladys...Mil veces venceremos...

Noviembre 2006

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