miércoles, 9 de junio de 2010

Desde Grecia, un fantasma vuelve a recorrer Europa

Por Ramón Poblete

La irrupción popular de más de 200 mil personas en las calles de Grecia el pasado 5 de mayo fue la culminación de una serie de escaramuzas entre el gobierno “progresista” griego y los sectores populares, por el intento gubernamental de azotar a los ya castigados trabajadores helénicos con un paquete de ajuste dictado por el FMI.
Grecia es, junto a España, Irlanda y Portugal, uno de los países europeos que ha sufrido con mayor rigor la crisis capitalista mundial. Denominados hoy colectivamente en forma despectiva como los PIGS (vocablo anglosajón que significa “cerdos” y que corresponde a las iniciales de los cuatro países en inglés: Portugal, Ireland, Greece, Spain), los cuatro países eran presentados hasta hace un par de años como paradigmas de naciones emergentes dentro del capitalismo globalizado. Portugal, por ejemplo, ha sido la referencia usada por la elite neoliberal chilena como meta de desarrollo a alcanzar.
Por una irónica paradoja, en lugar de ser esos países emergentes el espejo donde se miran los países subdesarrollados, éstos se han convertido en la imagen del futuro de aquéllos. El Fondo Monetario Internacional comienza a aplicar en Europa las recetas formuladas en los años 80 y 90 para América Latina. El director-gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn afirmó que “Europa debe aprovechar la crisis para renovar sus instituciones”, lo que en lenguaje coloquial significa disminuir beneficios sociales, apretones fiscales y empobrecimiento de las mayorías trabajadoras en beneficio del capital.
La crisis capitalista que estalló el 2008 está lejos de haber concluido, como vociferaron a los cuatro vientos los portavoces políticos e ideológicos de la burguesía internacional. La breve recuperación del segundo semestre del 2009 fue, como vaticinaron numerosos analistas de izquierda, sólo una pausa dentro de una crisis más prologada.
Las consecuencias políticas están empezando a emerger. Junto a la bancarrota de la ideología neoclásica o neoliberal, se produce la quiebra del social liberalismo y del tercerismo reformista, que habían depositado sus esperanzas en el éxito de las economías emergentes. La crisis de dichas economías muestra, al contrario, el carácter depredador del capitalismo transnacional, que requiere el empobrecimiento de grandes masas de trabajadores para continuar su proceso de acumulación.
Las elecciones británicas significaron un frenazo en el viraje europeo hacia los conservadores y el comienzo de la búsqueda de alternativas políticas fuera del binomio conservadores/social liberales. En Gran Bretaña emergió un tercer polo que, como MEO en Chile, en el fondo no es alternativa, pero es un indicador de la crisis de las representaciones políticas tradicionales.
En Grecia y Portugal, por otra parte, han venido fortaleciéndose las fuerzas políticas anticapitalistas.
En Grecia, el Partido Comunista Griego, el KKE, fue siempre un partido muy independiente, como los comunistas yugoeslavos, de las directrices stalinianas y en los años 70 resultó inmune al virus eurocomunista que terminaría con los principales PC europeos en brazos de la socialdemocracia. El KKE dobló su votación entre las elecciones parlamentarias del 2004 y del 2008, llegando al 8% y mostrando una creciente influencia popular.
En Portugal, tanto el PCP, que tiene a su haber experiencias radicales como la Revolución de los Claveles en 1974 (abortada por un golpe militar destinado a terminar con lo que el imperialismo percibía como una “Cuba europea”), y el recientemente surgido Bloco de Esquerda (formado por ex maoístas y ex trotskistas), también se han ido fortaleciendo al calor de la lucha popular.
Tras el largo marasmo socialdemócrata y eurocomunista, los trabajadores europeos empiezan a volver a las calles y a virar, tímidamente aún, hacia la izquierda revolucionaria. Las banderas rojas flameando en la Acrópolis de Atenas son una poderosa señal política, la clarinada del inicio de un nuevo ciclo histórico con los trabajadores como protagonistas.
Ante esa señal, los destacamentos políticos anticapitalistas, en su mayoría dispersos y fragmentados, tienen el deber de superar esa fragmentación y su aislamiento político respecto de las mayorías populares, construyendo, allí donde no existen, como en Chile, los nuevos instrumentos políticos de vanguardia para las grandes luchas que se avecinan.

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